viernes, 29 de mayo de 2009

La emigración:

En el siglo XIX la mayor parte de los españoles emigraban a América. Era una constante desde su descubrimiento. Durante los años de las guerras de independencia americana este flujo se detuvo, pero una vez consolidados los nuevos Estados la emigración a América se reanudó con más intensidad que nunca. Los principales países receptores fueron Argentina, México, Brasil y Cuba. Es la emigración a países nuevos, en los que todo está por hacer y las oportunidades para hacer negocios es muy grande. La emigración a América se extiende desde 1846 hasta 1932, cuando los países americanos cambia de política, por la crisis de 1929. Tras la primera guerra mundial se reanuda esta emigración.
Al menos desde 1830 y hasta 1914 también se da la emigración golondrina a Francia. La emigración golondrina tiene carácter anual, se emigra para las campañas agrícolas y se regresa todos los años. También hubo una cierta emigración a África: Marruecos, Argelia, Guinea Ecuatorial y el [Sáhara].
Durante la segunda República se inicia la emigración interior, primero a las ciudades y luego a las regiones industrializadas, como Madrid, Cataluña, el País Vasco o Asturias. Este proceso dura hasta la guerra civil. Con el triunfo fascista salen de España millones de personas al exilio: a todos los países de Europa y a América.
La segunda guerra mundial hace detener los flujos migratorios en todo el mundo. Tras el fin de la segunda guerra mundial las autoridades franquistas, con su política autárquica, impidieron la emigración de España, pero la situación económica española era muy deficiente y la necesidad de mano de obra en Europa muy grande.
Cuando se permite la emigración de una España pobre y atrasada, la partida a Europa se hace masiva, sobre todo a Francia, Suiza y Alemania. El exceso de la fuerza de trabajo en España es el que falta el Europa. Los contingentes españoles en Europa son masivos, tanto los legales como los ilegales. A diferencia de épocas anteriores, la emigración americana es muy escasa, ya que estos países exigen inmigrantes cualificados. Los trabajadores que emigran a Europa son, en general, campesinos sin tierra con escasa cualificación. Este es el tipo de mano de obra que demanda el continente. No obstante, el saldo migratorio nunca fue superior a un millón de personas, ya que muchos de los inmigrantes volvían. Había un flujo de ida y vuelta. Quienes volvían traían consigo un pequeño capital que les permitía abrir un negocio en las ciudades. Entre esas pequeñas empresas destacan las dedicadas a la venta de electrodomésticos y su reparación, gracias a las técnicas especializadas aprendidas en el extranjero. El ciclo termina con el regreso a las ciudades españolas.

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